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Soñé por años en conocer Paris. Me imaginé como iba a caminar por sus calles, comprar pan, saborear café en uno de sus cafés mientras veía la gente caminar y leía un libro y escribía otro. Saboree los croissant y toda la repostería. En mi mente visité los museos, compré en las boutiques y vi las vitrinas.
Un buen día hace mucho tiempo finalmente llegué a Paris. Con varios libros de guías de turistas, habiendo leído todo lo que puede sobre la cuidad. Paris fue tan bella como la imaginaba, pero no toda la repostería era deliciosa, en Barcelona y en Tokio las hay mejores.
Disfrute de los museos y aunque poco, compré en las boutiques, incluyendo en Chanel y por ello pague más de lo que hubiese pagado por exactamente las mismas cosas en mi país. No me gustaron los cafés en lo absoluto.
En fin hubo cosas buenas y cosas malas en mi viaje. Como tenía ideas tan grandiosas de la ciudad, mis expectativas superaron la realidad. ¿Porque te cuento esto? Es solo un ejemplo para el mensaje de hoy: a veces esperamos demasiado de las personas, situaciones y cosas.
Cuando tenemos expectativas grandes generalmente la realidad se hace chica y no nos sentimos tan felices con las situaciones. Por ejemplo si vas a un restaurante y esperas un servicio impecable eres más propensa a salir enojada o desilusionada con el lugar. Pero si solamente esperas un buen servicio o una buena comida es más probable que salgas satisfecha.
Algunas personas esperan demasiado del novio, del noviazgo, del matrimonio, del trabajo, de la familia, de las amistades etc. Al esperar mucho se les hace difícil lidiar con la realidad.
El esperar mucho nos pone en terreno propenso a encontrar fallas. Si tenemos expectativas más realistas encontraremos más virtudes porque nuestro punto de vista cambia.
Paris no es mi ciudad favorita, pero es hermosa y la recomiendo mucho. Y así es casi todo en la vida, no es perfecto, pero nos puede dar felicidad si lo vemos con los lentes correctos.
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